La renovada actividad del volcán Popocatépetl de México ha llevado a las autoridades a declarar el estado de alarma, y los residentes observan con preocupación los temblores del cráter candente, que brilla en rojo a una altitud de 5.452 metros.
“Cerramos los ojos, pero no dormimos mucho. “Antes sólo había fumarolas, pero esta vez es más fuerte”, admite Francisco Jiménez, suspendido de una posible orden de evacuación.
El gigantesco volcán sufre una erupción de cenizas y vapor desde el 13 de abril, lo que llevó a las autoridades mexicanas a declarar el estado de alarma en la zona a unos cincuenta kilómetros de Ciudad de México y sus 20 millones de habitantes.
A pesar de una ligera disminución de la actividad en las últimas horas, el nivel de alerta del volcán se mantuvo en el nivel naranja 3, apenas por debajo del nivel de alerta roja que requeriría la evacuación de hasta 685.000 residentes en un radio de 12 kilómetros.
El viernes por la noche, las comunidades cercanas a la “Montaña Humeante”, la traducción de su nombre en lengua indígena náhuatl, arrojaron más material incandescente de lo habitual, reavivando los temores de la comunidad.
“Cuando salíamos (el sábado por la mañana), mi hijo gritó: ‘¡Fuera, fuera!’ Y estábamos listos para partir hacia México, pero luego vimos que la situación se estaba calmando”, dice Leopolda Pérez, de 67 años, residente. de Xalitzintla, pueblo ubicado a 15 kilómetros del cráter.
Debido a que las erupciones de este volcán son de naturaleza explosiva, las autoridades deben responder incluso más rápidamente que con erupciones más exuberantes, donde la lava normalmente fluye en forma de arroyos.
Si la lava aún no ha sustituido a las fumarolas, los caprichos de “Don Gregorio” o “Don Goyo”, como le llaman los vecinos de la zona, causan cada vez más preocupación, sobre todo en los pueblos más expuestos.
“Permanecimos despiertos varias noches esperando a ver qué podía pasar”, dijo Gabino Santibañez, alcalde de San Pedro Benito Juárez, una ciudad a sólo nueve kilómetros del cráter en llamas.
“Estamos acostumbrados, la gente no tiene miedo”, afirma Maximiliano Grajales, que recuerda las evacuaciones de 1994 y 2000.
Lo que parece más preocupante del “Popo” son estos temblores sin precedentes provenientes del interior de la montaña, que para algunos son comparables a las vibraciones de la turbina de un avión.
“Nunca habíamos oído un ruido así”, asegura Grajales.
Ante una posible evacuación, las autoridades han puesto en marcha un censo de animales en una zona de cría donde la población teme que ciertos ladrones se aprovechen del movimiento de sus dueños.
“Hay algunos que no quieren irse por sus animales. Durante la evacuación de 2000, muchos ladrones vinieron a saquear las casas”, recuerda Grajales, mirando el suelo de su comunidad cubierto por una fina alfombra de ceniza.
Juan Carlos Salazar, director de Protección Civil de Puebla, explica que el material incandescente arrojado por el volcán cayó dentro y alrededor del cráter, “sin ningún peligro por el momento para la población”.
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