La rabia de una generación desilusionada en la primera novela de Julien Villa.
Todos los días, excepto los fines de semana, Marco Jublovski fuma un porro y toma un café a las 7:40 am. Cada noche abandona su uniforme amarillo fluorescente de jardinero urbano antes de unirse a su círculo de amigos en PMU. Está afinado como un reloj de cuco suizo, tan deprimente como el gris del “Acampar”, de “oficinas modulares” y “Marca comercial” la zona industrial de Grand Rodez. El único toque de color en este mundo sombrío: el pabellón familiar rosa.
Todo comienza desde allí, desde esta casa que está cerca de una rotonda y amenazada de expropiación. “Mientras estaciona su cortadora de césped, piensa en su glorieta que pronto desaparecerá bajo este cinturón verde. Se imagina siendo enterrado vivo justo debajo. Condenado a la eternidad por escuchar el desfile de carritos de la compra, bicicletas y peatones pisoteando su pasado. En su casita se siente como un iceberg en medio del océano. Se niega a ver caer este último muro de su infancia, más tarde apodado Rodez Ciudad de México “La Realidad”. El que siempre se encerró su cuarto, sin hacer mucho de su existencia, se convierte en Subcomandante General Marco. Inquietante (y simple) parecido con Marcos, líder del ejército zapatista. El levantamiento esta vez no se dirige contra el Estado mexicano, sino contra el alcalde de Rodez, Philippe Forges -amante de su madre-, origen del proyecto de demolición. Se encuentran similitudes. No en la historia, sino en el papel: español y francés conviven. A primera vista, este tránsito de uno a otro puede parecer grotesco, pero al final permite dotar a esta primera novela de una cierta poética, evidentemente ligada a la política.
Otro desaire al capitalismo
“Pero desde que conocí a Marcos, los libros no parecen pañuelos para los viejos de cejas largas. Se parecen más a armas o restos de naufragios cubiertos de jeroglíficos que está tratando de descifrar”. Desde sus lecturas nocturnas hasta sus viajes a la biblioteca, Marco se emancipa y forja su identidad. La de un treintañero de origen polaco, vestido con pasamontañas a 30°C y portando un rifle de madera en la espalda. No use armas, dijeron los zapatistas. Este movimiento revolucionario mexicano aparece entonces como una línea de fuga para los marginados olvidados. Cambiar el mundo sin tomar el poder, reclamaban los zapatistas. Y está hecho. El grupo crece. Vincent, un guardia de seguridad en un supermercado, se une a las filas. Nunca se quita el traje de corbata, otro desaire al capitalismo. Julien Villa se adentró en los escritos de Marx para su papel El capital y su mono de Sylvain Creuzevault, y le presenta a Marco, también seducido la Ley de Robo de Madera. Rodez Ciudad de México habla del enfado de una generación desilusionada, de su entusiasmo por la vida y su afición por lo bizarro. el “¡Ya basta!” Zapatista se hizo rodeziano.
Rodez Ciudad de México de Julien Villa, Rue de l’Echiquier, 304 páginas, 22 €
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