“La montaña es terapia”, dice Ximena al pie del pico Orizaba (5.610 m), el pico más alto de México, al que la joven quiere escalar con muletas junto a una quincena de sobrevivientes de cáncer, mexicanos y franceses. Ximena, Erika, Fernando, David (los cuatro amputados), Victor, Gabrielle, Carla, Jean-Marc… aceptan el desafío de la “Cumbre de la Esperanza”, una iniciativa francesa para celebrar la vida después del cáncer.
“Los franceses vinieron a México por primera vez después de que cuatro mexicanos, entre ellos Ximena, viajaran a los Alpes en julio. La aventura comienza con una noche de aclimatación en un refugio a 4.200 m, seguida de una caminata de seis horas por senderos empinados que atraviesan quebradas de roca volcánica con parches de nieve.
El relevo representa un primer desafío para Ximena, de 22 años, Erika, de 23, Fernando, de 18, los tres con muletas, y David, de 30 años, equipado con una prótesis debajo de la rodilla izquierda. “Estoy sorprendida de lo que soy capaz de hacer”, respira Ximena Gutiérrez, una amputada que sufrió una amputación poco antes de los 15 años tras sufrir un osteosarcoma (cáncer de huesos en jóvenes).
La montaña me permite “superar los límites y las expectativas que tenía de mí mismo”, asegura la maquilladora, que escaló el año pasado el antiguo volcán. El grupo llega al campamento base a 4900 m al pie del glaciar, cuya sombra aparece en el cielo al anochecer. Los sherpas instalaron tiendas de campaña en una meseta rocosa con vistas a una capa de nubes. En la tranquilidad de la noche, Carla Bohème, de 19 años, se recupera de sus esfuerzos, reconfortada por su hermana Marie, de 22 años, llegada inesperadamente de Canadá. “Es un poco como cuando luchas contra una enfermedad, luchas hasta el final. Hay altibajos”, afirma este estudiante del Franco Condado, en el este de Francia. Cuatro días antes de partir hacia México, los médicos anunciaron que había desarrollado cáncer de nasofaringe por tercera vez a la edad de nueve años.
tengo suerte de estar vivo
“Dije: no me importa, igual vendré. Haré lo mejor que pueda. “Mientras estoy aquí, los médicos buscan una terapia específica que me puedan administrar cuando regrese”, dice la joven, que se detiene a 4.900 m junto con otras personas. Para los candidatos al último intento de cumbre, la corta y helada noche en sus sacos de dormir termina a la una de la madrugada, hora de equiparse para las altas montañas. Sin especiales dificultades técnicas, la ascensión final supone un desafío para los alpinistas aficionados: cuerda para cuatro personas con guía, arnés, crampones y bastones, dificultad para respirar a 5.300 m, con una pendiente de 35 grados. La cumbre se acerca cuando amanece con un degradado de negro, naranja y azul.
Los bordes del cráter y finalmente la cumbre: después de cinco a siete horas de esfuerzo, dependiendo del ritmo de las cuerdas, una decena de supervivientes llegan a la meta, entre ellos Ximena, Erika y Fernando, acompañados de su guía. “Me siento poderosa”, sonríe Ximena mientras mira el paisaje hasta donde alcanza la vista, con tres volcanes más en el horizonte, Malinche (4105 m), Iztaccíhuatl (5201 m) y Popocatépetl (5419 m), solos en Actividad indicada por la nube de humo. Erika deja correr lágrimas de alegría. “Tengo la suerte de vivir cosas que mucha gente no pudo vivir”, dice el estudiante de turismo, pensando en las personas que pasaron por el camino. El organizador Mathieu Dornier sostiene la fotografía de dos de sus tres hermanas, Emilie y Valérie, que murieron de leucemia en los años 80 y 90.
“La cima de la esperanza empezó hace 30 años en Francia”, explica el francés afincado en México, donde lanzó una marca de productos ecológicos. “Cuando una de mis hermanas sufrió una segunda recaída, mi padre le dijo: “Cuando estés en remisión, harás el Mont-Blanc”, dice este cuarentón, acompañado de su tercera hermana. Pauline, que proviene de la región de Francia.
Desde 1994, la asociación Semons l’spérance ayuda a los jóvenes con cáncer a alcanzar la cima. Tras la muerte de su padre en 2022, Mathieu y Pauline continúan la aventura de la Cumbre a ambos lados del Atlántico “para dar a los supervivientes del cáncer la misma oportunidad de superarse”.
El grupo de supervivientes franco-mexicanos se despidió el pasado domingo con maletas llenas de recuerdos y emociones compartidas. “Ganamos algunas batallas y perdimos otras”, les escribió Mathieu en una nota de agradecimiento. La lucha continúa.
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